Las uvas de la ira

Cientos de jóvenes regiomontanos (¿o irá a decirse ahora que éstos eran fuereños que vienen en busca de trabajo y sólo traen las lacras de su comportamiento?) se alzaron prácticamente en algarada en el primer cuadro de la ciudad.

El detonante fue un operativo de la PGR, calificado de “abusivo” por las víctimas que los sufren recurrentemente: los “estucheros” o vendedores semiambulantes que proliferan en la zona de la ciudad adyacente a las calles de Reforma y Juan Méndez.

Los comerciantes quejosos sostienen que los operativos como el que se pretendía llevar a cabo son sencillamente “robos disfrazados de mercancía legal”, con el pretexto de buscar artículos “piratas”.

Se trata a menudo de decomisos sorpresivos que dejan una estela de humillación e impotencia entre quienes los viven pues se dan sin que generalmente se cubran las formalidades mínimas por la autoridad judicial que los ordena.

No es infrecuente que así suceda en esa zona indefinida, descobijada del amparo de la Ley, absolutamente vulnerable a la ilegalidad, que es el comercio en Monterrey que se ejerce en su modalidad ambulante. El último y a menudo precario escalón de la “iniciativa privada”, tan glorificada en esta sociedad. Pero que, llevado a cabo por quienes no tienen otra manera de subsistir que la venta de lo que primero que encuentran a la mano, es estigmatizado y sufre de hostigamientos de todo tipo.

Este comercio no “santificado” es en realidad una última válvula de escape al desempleo, a la marginalidad, a la miseria de muchos. Su estructura informal la hace víctima de todo tipo de transas. Medran a su amparo espurios liderazgos que ofrecen protección, mercancía (legal o de dudosa procedencia) a consignación, derechos de piso, permisos de ubicación…

La corrupción, y el chantaje (llevado a cabo por los autonombrados líderes y por las autoridades) son hechos cotidianos que han denunciado a voz en cuello quienes pierden todo lo poco que tienen en cada “razzia”. Sus reclamos son silenciados por los intermediarios, los bodegueros mayoristas, y sus “contactos” en los lugares precisos del aparato burocrático.

El ambulantaje se desarrolla en medio de un auténtico entramado mafioso de insospechadas enervaduras y ofrece la cara más visible por donde comienzan los escalones de las otras zonas francas de delincuencia que están ahí atrás, traspasando el umbral de los puestos, como son: el contrabando, la prostitución de ambos sexos, las piqueras, el narcotráfico. ..

¿Dónde se localiza la fuente del malestar social que llevó a ésos cientos de jóvenes a salir airados de entre las hendiduras de los callejones, por entre las alcantarillas malolientes y cruzando las banquetas destruídas, a “aliarse” a los “estucheros” y repeler la acción policíaca, a plena luz del día y en una de las principales avenidas de Monterrey?

Ahí mismo, en el atroz caldo de cultivo de la violencia que ofrece la marginación y la injusticia social en que viven. La invectiva de “pandilleros” lanzada por algunos medios, no hará desaparecer las imágenes que demandan mayores explicaciones; las que muestran a los policías huyendo, corriendo desaforados con el rictus de pánico en sus rostros.

En dado caso, la acusación simplificadora actuará como boomerang: ¿es ya de tal magnitud el fenómeno del pandillerismo en la ciudad de Monterrey que en el primer cuadro de la ciudad, la fuerza pública huye despavorida ante su presencia, se paraliza el tráfico, y se queman las unidades de la policía en piras callejeras de lo que pareciera un escenario futurista de una urbe sin control, en el siglo XXI?

Es previsible, (desgraciadamente para la opción de paliar a fondo las causas que produjeron la erupción de la ira contenida) que el establishment regiomontano habrá de levantarse como una sola voz unánime condenatoria. La única solución que conoce el poder regiomontano cuando algo o alguien desequilibra sus espejos de Narciso, ha sido la represión. No hay evidencia que haga pensar que  esta ocasión será diferente.

Sin embargo, los hechos acaecidos constituyen -aunque se ignoren así- una poderosa voz de alerta. No sólo fueron jóvenes quienes asumieron actitudes vandálicas, decenas de ciudadanos los corearon. Las fotografías son elocuentes. Contra ellas no hay desmentidos que valgan; se podrán echar sobre de ellos, todas las campañas de desprestigio que se quieran, pero ahí seguirán las causas que hicieron aparecer, así fuese fugaz, el fenómeno inédito de la rebelión social en Monterrey.

Y ésta podría extenderse si no se atiende a las raíces reales del problema.

En lo que toca a la dilapidación sensible que se observa de la energía vital de sus jóvenes (el fenómeno más candente que puede estallar de un momento a otro en Monterrey, y que de hecho ya está haciendo erupción en diversos aspectos), habría que advertir que la Sultana del norte no sólo es el Barrio Antiguo y su problemática de fín de semana, cuando miles de adolescentes de clases medias o pudientes, acuden a alcoholizarse a los antros de la zona como única meta posible de acabar una noche de diversión.

Las calles de la ciudad también siguen de Cuauhtémoc al poniente; ahí apenas a una cuadra, están las discotecas a donde acuden los “otros”, los invisibles para esta sociedad, los que sólo bailan ritmos colombianos. Y en otras zonas de la ciudad están otros más todavía que ni de ritmos conocen.

Unos y otros se alcoholizan por igual. Sólo que mientras los primeros lo hacen por hartazgo de una vida que todo les regala, los segundos se inventan códigos de lenguaje y corporales que sólo entre ellos entienden como un mecanismo de defensa contra la violencia del aislamiento y la marginación en que viven.

La juventud de Monterrey -pudiente y no- se mira montada en un tobogán de enajenación, previsiblemente porque las opciones de enriquecimiento material, como única meta en las vidas de sus habitantes (sobre la que se construyó toda la vivencia ideológica y cotidiana hasta los huesos de esta ciudad) ya no alcanzan a cohesionarlos, a unos por espejismo inalcanzable, a otros por saciedad.

La juventud de Monterrey está alienada a un proyecto sobre el que nunca nadie les consultó, ni les dió oportunidad de escoger, simplemente se les dio a obedecer y repetir: quimeras escasas para unos, carentes de todo significado para otros.

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