La secuela de la tragedia que han vivido los damnificados por las recientes inclemencias climatológicas desatadas en el sureste, desgraciadamente apenas comienza a revelarse, en toda su magnitud, en el instante mismo que las coberturas de los medios se van cerrando.
Estos que obedecen a inflexibles parámetros de actualización, muchas veces autoimpuestos, demandan incesantemente nuevos acontecimientos que reportar. Pero la vivencia humana radicalizada por la catástrofe es una que difícilmente deja de surtir efectos en el momento que el rating declina.
Para los que siguen viviendo en condiciones que se antojan imposibles en las zonas de desastre, después del fade out de los noticieros, persiste la lucha por la sobreviviencia.
Muchos de ellos seguirán buscando a sus seres queridos desaparecidos, o un albergue mínimo, o un trabajo cualquiera que les permita ganar unos pesos para comer.
Para los consumidores noticiosos atrás habrán quedado los reportes desde el lugar de los hechos, sobre las escalofriantes escenas, las magnitudes de la destrucción acaecida, los datos oficiales de cifras inimaginables que por sí mismas no dicen nada: ¿es mucho, es poco? ,¿alcanza?, ¿para qué, para cuánto tiempo y para cuántos?. ¿Cuántos de esos montos son sólo cifras de anuncio que nunca nadie verifica?
Las penurias y los padecimientos de los damnificados que se vieron en las pantallas chicas sólo en los primeros momentos de su desolación y angustia, no se irán con el séquito de funcionarios y la trouppé de medios que acompañan como un sonoro panal zumbante, a dondequiera que el presidente se traslada.
Lejos de brindar poderes taumatúrgicos por ejercer, cierta cobertura de algunos medios, en ocasiones simplemente insensibiliza al auditorio y lo imnuniza a la conmoción. En otras, sirve de palafrenero a la insensibilidad política y abona el cultivo de actitudes indiferentes.
Tómese el caso del ampliamente criticado sesgo negativo que el presidente Zedillo dio a la ayuda extranjera que con carácter de humanitaria se quiso brindar a México.
Por voz de su canciller, la inefable Rosario Green, el mundo exterior supo que México estaba harto que le mandaran colchones y más colchones cada vez que un desastre le sobrevenía.
Efectivo, fue lo que demandó Green. Ella, la canciller de México, imagina así un mundo de gobiernos con políticas y programas preestablecidos, prestos a cambiar súbitamente sus proyectos de ayuda humanitaria a naciones en condiciones de emergencia.
¿México prefiere cash? Dénselo, faltaba más. Es sólo cuestión de obviar medidas y competencias de gobierno, de invadir esferas de poderes. Es más, podría cualquier gobierno salir al mercado a vender los aprovisionamientos que tenga en bodega para recolectar el efectivo que representan y mandárselos a México.
Por supuesto. Es facilísimo atender la solicitud de la Canciller.
¿De dónde habrá sacado la secretaria de Relaciones Exteriores la peregrina idea que la ayuda humanitaria se da bajo las condiciones de los países que la piden?
Pero en el mundo político mexicano, tan verticalmente estructurado por las jerarquías, ello no sólo es más que posible. Resulta incluso un ejemplo aleccionador que la burocracia no tarda en asimilar y centuplicar su intención.
Probablemente no haya burocracia más efectiva en el mundo que la mexicana cuando se trata de seguir una gestión autoritaria. Pareciera que mientras más atrabiliaria, más irrazonable parezca, mejor la entienden los burócratas mexicanos de medio pelo.
Ahí se tiene como muestra de respuesta inmediata a los aduanales de la SHCP en la frontera de Tijuana.
Tienen detenidas desde estos pronunciamientos, víveres enlatados y aguas embotelladas donadas por los habitantes fronterizos (que lo mismo pueden ser sandieguinos que tijuanenses, que de La Mesa o de la Rumorosa) para quienes los productos “binacionales” son cosa de todos los días.
Unos consumen gasolina de un lado y compran la leche en el otro porque las conveniencias económicas así lo determinan mejor para sus bolsillos. El resultado es un estilo híbrido de vida que no puede destrabarse ipso facto por decreto.
Es lógico que ante un pedido de ayuda de los compatriotas sureños, estos norteños fronterizos hayan sacado de la despensa, igual una sopa, que un atún, aunque la primera con etiqueta mexicana y la segunda de EU. Es más, en esos momentos ¿quién se fija? Saca los víveres que tengas a la mano y dáselos para que se los lleven, es la consigna del solidario.
Pues los aduanales de la SHCP con una enjundia que ya quisiera ver la ciudadanía cuando se trata de veras de salvaguardar nuestras puentes fronterizos al contrabando que tanto lacera nuestra economía, se han dado a la tarea de inspeccionar con lupa los cargamentos que querían salir cuanto antes al auxilio de los damnificados.
¿Ropa usada con etiqueta de Penny’s? No señor, puede ser objeto de lucro indebido. ¿Latas con códigos de barras extranjeros? Habría que ver si tienen el permiso de importación de SAGAR. ¿Agua embotellada? Paga arancel… Y así ad ifinitum o tal vez debería decirse ad nauseam.
Un avión de carga con fletamiento pagado hasta México por los donadores, no ha podido salir de Los Angeles por iguales o peores trabas burocráticas aduaneras. Su carga: bulldozers, traxcavos y otra maquinaria pesada para el despeje de caminos deslavados, cerros desgajados.
Lo único que parece afectar a las autoridades hacendarias es que los recursos del blindaje financiero “no se tocarán”. Claro, si están destinados para las campañas políticas por las que, los intereses que representan, pretenden perpetuarse en el poder.
Bien podrán gritar de desesperación todo lo que quieran los auxiliadores de buena fe (como el DIF del gobierno de Baja California), los aduanales del gobierno mexicano han entendido a la perfección el mandato de su presidente. Para eso lo dijo con claridad ¿no? “Los mexicanos nos bastamos solos y no necesitamos ayuda extranjera”.
Así que estos esforzados servidores públicos sólo están haciendo la tarea que les corresponde. Impedir que toda ayuda del extranjero se interne al país. Faltaba más…