Elegir y seguir igual

¿Habrá llegado tarde a la cita con la historia, la redención del PRI en unas urnas transparentes dispuestas para sí mismo, mucho tiempo después que la sociedad se lo demandó?

¿Serán válidos los indicadores que muestren la abstención o la lluvia copiosa de participantes para medir el resultado? ¿Anticipará en algo el futuro previsible que espera a la Nación, la designación de alguno de los que contendieron? 

El último veredicto del ensayo de democratización al que convocó el partido de la revolución institucionalizada, mostrará probablemente que no es unívoco y si en cambio asumirá todas las lecturas que una colectividad descreída habrá de darle (fue solo un atole con dedo remojado; el bueno siempre es el que gana, mi estimado; no se crea, yo si ví a mucha gente que votó; los dados estaban cargados como siempre).

La ausencia notable en el mar de conjeturas será como antaño, la certidumbre política. En el ayuno de los programas, los planes y proyectos de los pre candidatos, los comensales se preguntarán no dónde está la sal, sino quién se la llevó. Juego de la adivinanza permanente en el sistema que se resiste, aunque así se le nombre, a transitar de la imposición al consenso.

Al consenso de rumbos, de estrategias: ¿seguimos privatizando o no? ¿Conviene preservar a la inflación como el totem de adoración al cual se debe supeditar toda la política económica? ¿Ante el ajuste brutal en el gasto público que sobrevendrá por el costo del Fobaproa qué alternativas hay que diseñar? ¿Seguiremos dejando a Pemex en los puros huesos por el encaje fiscal de que es objeto la paraestatal? ¿Acabaremos por abandonar al mar y al campo? ¿Quedará impune la alta delincuencia de cuello blanco que con toda desfachatez se dio en la banca y su secuela el Fobaproa? ¿Cómo debe ser la educación pública para el país que se nos viene encima?

Al consenso de soluciones a problemas estructurales de toda índole, concretos, acuciantes: en la flota mercante mexicana solo quedan dos buques y la pesquera está prácticamente por desaparecer, y estamos importando granos hasta quebrar a los agricultores nacionales, ya de por sí desmadrados por la ausencia de precios mínimos de garantía que antes establecía Conasupo ¿seguiremos así?

A final de cuentas el “tapado” se habrá transferido, si hay que hablar de alguna transición, de la figura del elegido a la incógnita de lo que hará, con el México que heredará.

Porque el legado, a como pintan los escenarios, seguirá la rutina de quien recibe en prenda y con todas las potestades, un país de armar, para hacer y deshacer en seis años.

Quizá -se dirá en descargo mínimo para justificar las exhorbitantes sumas erogadas- se habrán desperezado los mecanismos internos del PRI para autorganizarse, anquilosados como estaban de muerte. Pero bien puede ser una proyección ilusoria, cualquier perro con dinero baila.

Y éste ha bailado mucho y bien. No he balde fungió como la secretaría virtual encargada de organizar las elecciones en el país, durante los últimos sesenta años años. Casi toda la vida de una mayoría de la población. Otra cosa es que los resultados los produjera amañados. Añadido que en todo caso, estrictamente hablando de capacidad organizativa, no entraña defecto sino virtud. Ser mapache tiene su ciencia oculta.

Si un partido se organiza para alcanzar el poder, el presupuesto que sigue es que lo hace con un ideario por el cual convence a la sociedad que se lo otorgue en mandato. ¿A estas alturas de las diatribas, de los dimes y los diretes que a voz en cuello se lanzaron los contiendentes, habrá quién rescate de la confusión qué quiere el PRI (o sus personeros) para México?

En su ideario, reducido ya a anecdotario deshojado, lo mismo aparecen los lemas contrapunteados (justicia social versus neoliberalismo por ejemplo) que los “slogans” para que los arqueólogos los recuperen de hemerotecas perdidas, porque a la ciudadanía difícilmente le significan algo más que una moda en boga, por la que transcurrieron algunos años de su existencia en los que, según le haya ido en la borrachera de autoritarismo del poder, perdió empleo, calidad de vida, auto, hipoteca, ahorros, o la fe misma en la patria (“Arriba y adelante”, “La solución somos todos”, etcétera).

Hoy a la medida de como fueron anunciados, la simplificación y el chacoteo hará a los priístas presas en la población de sus propias desmesuras: ¿se le dio un Madrazo al dedazo? O ¿triunfó en cambio la imposición inicua de un designio disfrazado pero previamente acordado?

Como quiera que sea, en el tiovivo de los cantares superfluos, no faltará la maquinaria publicitaria que encomiará el gesto como la batalla que abrió al país a la democracia, o algo así.

Mientras tanto la oposición, ya cada vez menos distinguible, menos diferenciada, no hace del temporal el faro de sus tempestades políticas que mucho se parecen a las mismas marañas priístas pero a menor escala.

Esas energías las debería encauzar a elaborar propuestas de alcances largos que contrastaran las de sus opositores. Ni en un sentido amplio aparecen hoy en al ámbito de los partidos políticos propuestas de dimensión que capten la participación de la ciudadanía, dispersa en estratagemas volubles de atención publicitaria o de conducción electoral manipulada.

El país está en juego, las ruletas de los acontecimientos siguen girando y no parece que a muchos preocupe demasiado, por donde se empieza a mirar que van a caer los dados, casillas negras o rojas de relumbrón y sin ganancia.

Finalmente queda distinguir que los ejercicios de elección, de cualquier naturaleza, por sí mismos no le dicen ya mucho al país que espera el giro, la trasnformación definitiva de las estructuras políticas que lo agobian. Es el contenido, el porqué elegir lo que se elige, lo que cuenta.

¿Cuál es la diferencia que haya ganado Francisco Labastida sobre Roberto Madrazo, o para el caso cualquiera de los contendientes? La ausencia de respuesta a esta pregunta es lo que ilustra la paradoja de elegir y seguir sin embargo igual.

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