El espejo de las virtudes hecho añicos

Definidos por sí mismos como baluartes por antonomasia de las últimas virtudes cívicas y morales que existían en México, hasta hace poco los habitantes de la ciudad de Monterrey disfrutaron durante muchos años el regodearse en un espejo que les devolvía la imagen de sí mismos que gustaban ver: probos, frugales, trabajadores, austeros, derechos.

No más. Es posible que uno de los daños menos aquilatados que hayan provocado los recientes escándalos político-financieros que se han sucedido en Nuevo León sea precisamente, aparte del daño moral que se ha inflingido a la autoestima de la comunidad, la revelación que a su estereotipo tan enarbolado le faltan ya algunas de sus partes más preciadas.

Concurrían al fortalecimiento del estereotipo, glorias acumuladas de muchas generaciones atrás que luego fueron tan sólo eso: olvido de su condición de emblema y memoria sin encarnación en el presente.

¿No fueron acaso los regiomontanos, como bien decían, pioneros en prestaciones sociales a sus trabajadores?

¿No fue Fundidora acerera insigne de latinoamérica y el crisol donde se forjaron templados caracteres de innumerables personalidades de leyenda en la comarca?

¿No surgieron en Monterrey los primeros emporios industriales que dieron al país una generación empresarial pionera de clase mundial?

¿No fue aquí donde se mantuvo la autoridad patriarcal, el recato, la disciplina y los valores conservadores pero eficaces de una vida social sin disipaciones?

¿No acaso mientras el 68 convulsionó al centro del país, en la Sultana del Norte apenas si se relajó la disciplina impuesta a las nuevas generaciones? (en este sentido la guerrilla que años después se anidó en los Condominios Constitución no sería sino la excepción que confirma la regla y la primera señal evidente que pese a todo, el corsé de fuerza impuesto a la sociedad regiomontana ya no contenía a todos por igual)

Y ¿no fue aquí también donde la revolución sexual fue moda pasajera que pasó de noche?

Capital de rutas del noreste mexicano, Monterrey se constituyó en el ombligo de este desierto. Sus periferias gravitaron a su alrededor como satélites magnetizados por los imanes de sus riquezas (desde sus propios municipios de su abandonado sur rural, hasta ciudades medias como Saltillo, Reynosa, Monclova, Matamoros, Tampico, Victoria y las “fronterizas” Matehuala y hasta Zacatecas). Y sus capitanes de empresa se convirtieron en algo más que leyendas, próceres patronos de la comarca.

Sus estilos de vida inconfundibles imprimieron la huella en la región que el tiempo y la falta de crítica y evolución social agigantó hasta la sublimación.

Su espíritu contestario al “mal gobierno” y a la zanganería “chupasangre” de la burocracia, o a las ideologías en boga -primero revolucionarias y luego tercermundistas- de ciertos gobernantes, les llevaron a incursionar en la organización de los primeros sindicatos patronales de alcances y tamaños, como para que se anduvieran con cuidado los poderes centrales.

Cuando eso no fue suficiente y desde el otro extremo de la geografía norteña de la República surgió el fenómeno político del “Maquío” Clouthier, muchos regiomontanos entendieron que sólo era cuestión de tiempo antes de que llevaran al poder a sus representantes para “poner el orden en este país”. Los neopanistas, “bárbaros del norte” les llamaron por su pragmatismo radical, surgieron en la escena política nacional y cobraron fuerza inusitada.

Los seguidores de uno de ellos, Fernando Canales Clariond, -y él mismo- se batieron con la policía en una multitudinaria manifestación que se volcó a las calles a reclamar el hurto de un triunfo en una votación que decían les correspondía.

La primera gubernatura de oposición en Nuevo León, escamoteada en esa ocasión, la obtendría Canales años después, pero ya desde entonces la gente creía que daba su apoyo a quienes como él, prometían que efectivamente todo lo cambiarían: desde el modo de vivir la política para servir con ella, no para servirse de ella, hasta la cancelación de afrentosas impunidades que tanto los lastimaban.

Y sin embargo Monterrey no es ahora y dista mucho de ser el espejo de las virtudes que antaño se creía.

En el sector empresarial las ambiciones desmedidas han aflorado en escándalos otrora inconcebibles. Distinguidos por su comunidad, reconocidos por su prosapia de abolengo, desde el escándalo de Abaco-Confía muchos miembros de esa clase mostraron el cobre de una riqueza especuladora que ya hacía tiempo había dejado de ser productiva.

Hoy pueden verse representantes conspicuos de apellidos renombrados, de fama y prestigio que se creían sin tacha, en la misma cárcel, prófugos, o incluso, ventilando agravios, engaños, esquilmas, fraudes, hasta en cortes extranjeras. No es inusual que altos directivos se sirvan de sus puestos para acrecentar sus propios negocios particulares recurriendo a trampas y maquinaciones.

La descomposición aflora por todos los sectores sociales de una sociedad que no creó salidas para su evolución, que a todo diseño de vida alternativo estigmatizó.

Mientras se lanzan campañas trasnochadas contra la homosexualidad como si acaso fuera el más grave de los problemas de esta sociedad, sus jóvenes atiborran casi todas las noches una infinidad de centros nocturnos, donde el espectáculo del “table dance” es un escape oligofrénico, ni siquiera erótico, ni siquiera lúdico, abiertamente escatológico. Espectáculo que es regenteado desde altas esferas del panismo en el poder, según denuncias a voz en cuello. La prostitución tradicional languidece, de frente al fenómeno de la satisfacción instantánea del voyeurista, o si se quiere por unos pesos más, del onanista.

En las altas esferas políticas de la entidad reina el caos de la impreparación, de la falta de aprendizaje elemental, y por supuesto es jauja para las componendas, los arreglos que se mofan de la justicia más simple.

Reina la impunidad. Por doquier asoma la simulación en grave perjuicio de los liderazgos sociales, de la mínima fama y autoridad de buen gobierno que deben tener. Unos y otros, los que antecedieron, los que siguen, por consanguinidad o por complicidad en el billete que se llevan, el hurto de las arcas públicas desborda límites del escándalo cada vez más amplios.

El cinismo amenaza instaurarse como sustitución de la cultura que alguna vez lo fue del trabajo, del tesón, del esfuerzo, de la palabra empeñada.

Predicamentos en la cúpula

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