Si la democracia es un modelo de conocimiento de la realidad social, además de uno de representación política, lo que está sucediendo en torno a los escándalos político-financieros que están sacudiendo al régimen panista de Canales Clariond y a la opinión pública en la entidad, dejan ver que es extremadamente raquítico el avance de los contrapesos al poder atrabilario en Nuevo León.
Luego de la era del PRI, el PAN llegó al poder supuestamente para inaugurar una época de deslinde: la transparencia en el uso del poder sin distingos de clase; el ejercicio riguroso de la ley en la procuración de justicia; la atingencia para incluír demandas insatisfechas de un amplio espectro de la población, el profesionalismo y la eficacia en un gobernar para todos, no sólo para unos cuantos.
Las lacras que se pretendían combatir, lejos están de haber dejado de existir y el nuevo régimen de la alternancia, muestra en esencia, una continuación perversa del anterior, una versión refinada de su carácter excluyente, solipsista, manipulador (“Te digo a tí sociedad, que en verdad a mi nombre en el Fobaproa, como tal no hay nada, pero te escondo cómo no se pagaron 100 millones en Banpaís para comprar Confía, o cómo se autorizó junto con Mauricio Fernández, Ignacio Santos y otros, un crédito de 151 millones a Aba-Turismo que a su vez se los prestaba a IMSA, de la que soy copropietario”) .
Si el PRI en su momento agotó a la sociedad con su repertorio de maromas, por lo menos de vez en cuando, había sectores (de la IP o de formaciones políticas de oposición) que alzaban la voz y demandaban corregir el rumbo y aclarar entuertos.
Hoy ni eso se tiene. Llegó el nuevo régimen con su propia “cargada” adherida. Una élite plutocrática que ya se servía del poder político pero no lo tenía en las manos. Por eso hacía, en algunas ocasiones, el repunte a la balanza, cuando los equilibirios o componendas se desacomodaban. Ahora, entre ellos mismos, lo único que les queda es demandarse en la cortes, nacionales o extranjeras. O ventanearse las felonías a periodicazos del más puro estilo noreste.
La rebatinga por el poder hoy incluye las prebendas perdidas, los intereses escamoteados, los capitales birlados por estafas entre los mismos que lo pelean. Y ni siquiera los llamados a prudencia por no verse a sí mismos descobijados y mostrando todas sus miserias, tienen algún efecto.
Ya se podrán poner los patriarcas, los integrantes de “los diez” o del grupo de más abolengo, todo lo verdes o morados que quieran, porque sienten que las cosas no se están haciendo con discreción y está mal servido el decoro regiomontano de las familias ilustres (“llévatelo todo pero que no se note, que el pueblo te aclame profeta o benefactor, no que te vitupere a la cara: usted pauperizó el futuro de mis hijos”).
La nueva clase política de Nuevo León es ya a los ojos de la opinión pública nacional una y sólo una imbrincada en los personeros del gran capital, involucrados en escandalazos financieros y en manejos fraudulentos de fondos públicos o privados, ya no hay distingos.
La pureza de la regiomontanidad en los capitales célebres de Nuevo León (sólo sudor y trabajo con ahorro, esfuerzo, desierto, falta de agua, e incomprensión del mal gobierno) está herida mortalmente de desprestigio.
Hasta inútil se antoja detallar la infausta secuela de los presuntos manejos fraudulentos que están saliendo a la pública, y en los cuales, se presume hubo participación por omisión, acción o encubrimiento de connotadas personalidades nuevoleonesas, muchas de ellas en la cimas del poder económico y político del estado.
Inútil porque los mecanismos de desmovilización social que operaron en el pasado, dejaron un pesado lastre a una comunidad que no acierta a removerlos, primero por el prurito de no reconocerse engañados (“déjenlos siquiera trabajar, ya verán cómo sí son los buenos”) y después por el desconcierto que invade cuando se quiere obviar el realismo neto.
Una gruesa capa de olvido, cinismo y desmemoria (cuando no abierta censura) pretende cubrir los rastros, los indicios, las huellas de las felonías, por muchas de las cuales, los contribuyentes deberán pagar con creces en un futuro muy próximo.
Las salidas del enjambre no parecen a la mano. ¿Qué se puede hacer -por ejemplo- cuando uno de los involucrados en los litigios de la élite declara que
de repente aparecieron 15 mil dólares en su cuenta, transferidos en la maraña de las off-shores, pero de los cuales ni autorizó, ni regresó, pero sí dispuso de ellos?
¿Qué cabe pensar cuando los coadyuvantes del presunto peculado del ex Tesorero Doria permanecen todavía en sus puestos, con la bendición del responsable de las finanzas en la entidad, aún a contracorriente de la opinión de la Contraloría?
Y ¿qué decir cuando como si nada hubiera pasado, Doria mismo todavía está viendo la manera de sólo pagar algún tiempo de reclusión por ver qué pasa? Al fin de cuentas, se dirá, 173 millones son muchos para devolverlos así nada más, aunque sea sin intereses, a cuenta de una libertad que de todos maneras tendrá enajenada por muchos años por venir, por lo menos en lo que a prestigios toca.
Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser jaula, es sólo un dicho para quienes no saben que dependiendo de los kilates de que esté recubierta, puede ser muy llevadera.
En la feria de las impunidades y los cinismos, la subversión del valor de lo impensable torna a las penas, en el precio a pagar por lo acumulado.
Malo el cuento para la sociedad, que sin haberse llevado ganancia alguna se queda a pagar los platos rotos. Y más despolitizada que nunca.