Se hace humo la publicitada jauja que traería consigo la explotación del gas shale en la Cuenca de Burgos. No hace mucho el gobernador de NL, Rodrigo Medina, y sus vocingleros voceros, hoy enmudecidos, anunciaban con bombo y platillos la nueva panacea que habría de convertir a la entidad en un súper emporio energético.
Monterrey sería un Houston mexicano, aseguraba con anticipado entusiasmo cuasi infantil, el titular del Ejecutivo nuevoleonés. Una euforia demagógica a la postre ilusoria. Su proyección exacerbada hoy se desmorona estrepitosamente al unísono con el derrumbe de los precios internacionales del petróleo que pudieran llegar hasta por debajo de los 20 dólares por barril (ayer llegaba a menos de cuarenta) mientras el costo de producción del gas shale está arriba de los 50 dólares.
Envisionaban desde la cúspide del poder nuevoleonés, un boom de clústeres industriales, nuevas zonas metropolitanas, centros de investigación aplicada y más. Universidades como la UANL recibieron la consigna de implantar improvisados planes de estudios en todo tipo de ingenierías petroleras, para la que —según suponían— habría una demanda exorbitante e inmediata de profesionistas en el área.
Festinaban con la secretaría estatal de Desarrollo Económico a la cabeza, que el nuevo liderazgo mundial regiomontano de la energía iba a requerir ejércitos de nuevos profesionistas, expertos en la explotación y desarrollo de improbables campos petrolíferos y de gas los que aseguraban que estaban a flor de tierra, sin estudios fiables de por medio. Hasta los ganaderos y campesinos nuevoleoneses sufrieron la repentina fiebre del oro negro, en forma de gas esquisto que amenazó con despojarlos de sus patrimonios por especuladores que el propio gobierno de la entidad patrocinaba de manera mal disimulada a favor de presuntos inversionistas extranjeros que según ellos no tardarían en llegar por hordas.
Adoleciendo de la misma increíble falta de inteligencia política que tuvo el Gobierno Federal y un Congreso de legislaciones prefabricadas en Los Pinos para levantadedos, ni los funcionarios ni los legisladores de la fallida reforma energética previeron el inminente desplome mundial en el precio y en la demanda de los hidrocarburos, por el simple y sencillo recurso de asomarse a leer los indicadores públicos del mercado de futuros.
En el contexto de esa inopia intelectual y política, el gobierno medinista todavía se embarcó en un riesgosa trampa financiera sin precedentes que elevó hasta la estratósfera los niveles estatales de endeudamiento, al propiciar la construcción de una faraónica obra hidráulica —Monterrey VI— que traería agua para la perforación de pozos que la requieren en abundancia como son los de extracción de gas shale (bajo el disfraz de prever una inflada demanda de agua potable para Monterrey).
Ahora el desplome internacional de los precios del crudo ha evaporado en forma dramática las alegres proyecciones macroeconómicas del país y ha obliterado casi todas las posibilidades de que se lleven a cabo los milagros económicos que se atribuyeron en forma casi mágica a la reforma energética.
Para empezar la explotación del gas shale, de por sí onerosa, se ha vuelto poco o nada rentable y ya no configura en el mercado de inversionistas una alternativa energética al petróleo. Por añadidura el precio de éste no se prevé que vaya a tener algún repunte inmediato al alza, sino hasta después del año 2020 en que, según los pronósticos más optimistas, rondará alrededor de los 70 pesos por barril. Difícilmente una cifra que entusiasme a nadie.