Pocas veces vistas con claridad, nauseabundas tripas del sistema se dejaron ver con impudicia en los actuales tiempos electorales. Mostraron ad nauseam cómo intentar deglutir una oposición política que de salir victoriosa se tornaría peligrosa para intereses encubiertos dominantes.
Casos recientes en la Ciudad de México y en Monterrey lo ponen en evidencia. En el primer caso, más que impartir justicia, al cancelar el registro electoral de Marcelo Ebrard y enfilarlo de esa manera a un proceso judicial (por el desastre financiero de la Línea 12 del Metro) para el que no tendría fuero (aparte de descarrilarlo de cualquier pretensión presidencial en el 2018), se buscó interpretar a modo lo que debe entenderse por “simultaneidad” de registros.
Para el sentido común, un registro sería concurrente cuando se tienen dos al mismo tiempo (que no aplica a Ebrard quien primero renunció al del PRD antes de registrarse de nuevo, afiliado al partido Movimiento Ciudadano). Pero el TEPJF interpretó que no lo fuera para un mismo periodo eleccionario (en cuyo caso ya no sería simultáneo sino subsecuente). Ahora resolverá en definitiva la SCJN.
Al reverso de un TEPJF que no anula el registro del PVEM por abuso sistemático a la ley, el perjuicio propinado al ciudadano Ebrard se vincula a Los Pinos, en castigo por presuntamente filtrar información que permitió a la periodista Aristegui revelar el escándalo de llamada ‘Casita Blanca´ a nombre de la esposa del Presidente y el entramado concomitante de conflicto de intereses entre el constructor, Televisa, y la Presidencia.
Se estaría así ante un claro ejemplo de la judicialización de una venganza personal por parte de EPN. Una fuente “del primer círculo” de Los Pinos aseguró que “sigue siendo vigente la norma no escrita: quien desafía al máximo poder en México se atiene a las consecuencias”. Casi presidencia imperial por mandato divino.
Otra guerra sucia se vio en Monterrey donde de improviso Silvia González, ex esposa del candidato independiente Jaime Rodríguez, quien según algunas encuestas (como Hora Cero y Saba Consultores) ya rebasa por varios puntos a los punteros del PRI y del PAN (Ivonne Álvarez y Felipe de Jesús Cantú, respectivamente), salió de la nada a dar su público apoyo a la candidata del PRI. Aseguró, sin venir al caso (dejando adivinar lo que seguiría a continuación), que le diría sus verdades a su ex marido cuando lo tuviera al frente, confundiendo quizá la arena electoral con un ring de apelaciones extraconyugales.
Sin embargo, la dama en cuestión, “culta, reflexiva, preparada”, atributos a los que fue preciso añadir el sobrehumano “incapaz de mentir” (o infalible), no esperó más y difundió ante la televisión que una vez su ex esposo “El Bronco” la había golpeado por un “chisme” en presencia de su hija. Tiempo transcurrido: más de diez años. Móvil de la denuncia pública: “porque no le gustan las mentiras”. A punto de la entrevista –que Liébano Sáenz, un ex colosista metido a comentarista, encontró “desgarradora” cuando más bien fue lisa y llana- la señora aparece leyendo un libro sobre inocencia y traición que casualmente alguien puso en sus manos como parte del decorado del set mientras esperaba a las cámaras.
El terremoto en redes sociales que se vino encima atrapó a muchos en pánico, incluyendo algunos medios y periodistas. Conductores estelares fueron exigidos a salir al aire a conminar al candidato independiente a “tranquilizarse y tranquilizar a sus seguidores en el ciberespacio”, con lo cual no sólo indicaron cuánto afectaba a los concesionarios la reacción en redes sociales. Ipso facto legitimaron una interlocución directa con “El Bronco” sobre la ética y las políticas de los canales televisivos lejos ya de su presunta conducta privada con la ex mujer.
Mostraron, además, de manera sorpresiva tratándose de medios de comunicación, un desconocimiento de que a las redes sociales nadie las controla y mucho menos al tris de un dedo. Acabaron dando lectura a un parlamento confuso donde un vetusto argumento fue que las televisoras generan empleos, pero nadie en el teleauditorio supo qué relación guardaba con el candidato zaherido, o a qué caso venía el comentario.
El colega de estas páginas, Horacio Salazar, describe parte del tono externo: “Crucifixión: los demás candidatos se le echaron encima; la extraña acusación la dieron por buena, sin la menor duda, como axioma divino (…) Y el consenso interesado dijo que debía ser cierto”. La parte interna es el trasfondo real de la puesta en escena televisiva. Además del hecho histórico que Jaime Rodríguez podría volverse el primer candidato independiente de Latinoamérica en ganar unas elecciones al margen de los partidos políticos, con todo lo que ello significa para los intereses creados, “El Bronco” ha prometido que no pagará más tiempo aire a las cadenas comerciales (que tan sólo en el último periodo electoral de 2012, se engulleron mil doscientos millones de pesos del erario estatal) y que de llegar al poder sólo utilizará para difundir los mensajes de su gobierno a las frecuencias de Radio y Televisión de NL.